El cursor parpadea
sobre lo que parece un folio en blanco.
Puedo escribir
muerte,
piedra,
amor,
agua,
miseria,
sangre,
sin mancharme los dedos
mas que con las letras
furiosas
que el iPad
altera.
El robot pretende que no me equivoque.
Borro,
evoco el crujido del papel
mientras arrugo mentalmente esta hoja
y el cursor espera
como un perro
jadeando
sus mayúsculas.
Me irrita
este falso folio sin poema,
sin afilados bordes
que hieran como cuchillo.
Abro una cápsula de café
envasado al vacío
que no mancha, ni deja aroma.
El cursor
continúa
respirando mi aliento.
Imagen: Forbidden Planet. 1956. Directed by Fred M. Wilcox.
¿Podremos alguna vez almacenar nuestras emociones y nuestros orgasmos en una tarjeta diminuta y reconstruir la historia del corazón a voluntad? (Snif.)
ResponderEliminarSeguiremos intentándolo, de manera imperfecta, como nuestros antepasados en la paredes de las cuevas, después en papiro y ahora nosotros desde todo tipo de dispositivo. Dejamos pequeñas huellas, borrosas, finitas, perecederas. Como somos.
Eliminar¡Todo es tan aséptico que hasta las librerías huelen raro!
ResponderEliminarCierto. Los olores son el envoltorio de nuestras vivencias. El mundo digital, de tan alta definición en colores y formas, los deja olvidados.
EliminarDear Ela,
ResponderEliminararriesgate y vuelve al papel manuscrito, no te dajará volver atrás, pero núnca te traicionará; se acabó el tiempo de sentirse mal por las equivocaciones.
J.
PD: no olvides dejarlo encima de la mesa para que pueda leerlo :-)
Conviven, un cuaderno, hojas sueltas, diversas pantallas digitales...
EliminarEstamos condenados a entendernos.
Gracias y besos.
Me encanta, Estela, consigues transformar lo cotidiano en un milagro respirable.
ResponderEliminarSalud
Lo cotidiano puede aburrir, abrumar, inspirar...
EliminarEres muy generoso conmigo, en cualquier caso. Mil gracias.