No soporto el discurso
de los vendedores de humo.
Políticos y poetastros
de lengua rancia,
escribidores aletargados,
serpenteantes, efectistas,
soporíferos, cargantes,
bienhablados.
Que se metan
el algodón de azúcar
por detrás
y redondeen vocablos
para consumo
de mentes blandas
ávidas de milongas,
lejos, bien lejos.
El perfume no oculta
el hedor a cadáver
que disimulan debajo
con ruido y normas
de pelajes varios.
Prefiero el azote
de las letras crudas
que incordian
como arena en los ojos
y evidencian el ridículo tamaño
de tu gozo o tu desgracia.
Esas que te sacuden,
-insignificante gusano-,
con lejía en el tono
y en el sustrato.
Hilos conductores
de desazón, rotura,
estruendo, crujir de dientes;
las que desencajan
el orden y serenidad
de los muertos.
Lluvia ácida de versos.
Poesía es lo que quiero.
Imagen: Oleg Tselkov - Portrait and flower (1962)
Desgarrador y maravilloso a partes iguales. Gracias por tus versos.
ResponderEliminarMás fuego y menos humo. Gusto de leerte.
ResponderEliminarJota, Elena, mil gracias a los dos. Un abrazo. (Uno para cada uno, jejejeje)
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